2.-

Entendía que, hasta cierto punto
la idea de "la otra persona" 
es una interpretación personal, 
una versión de lo que se nos deja ver de ella 
más lo que no se ve o no sabemos 
y el resto (la parte más grande) 
lo que uno se imagina de ella 
y más importante aún,
lo que necesitamos que esa persona sea 
(cierto egoísmo inconsciente pero inevitable).
Ahora que no estás
y que perdiste tu capacidad de seguir generando
esas ideas que nos construían (a ambos, a todos),
a veces a diario, a veces un par de días a la semana
y casi siempre (últimamente) por internet
(en nuestras conversaciones por chat),
esas partes parecen replantearse
y me obligan a querer saberte más.
La noche de nuestra reunión de navidad,
nos mostraron fotografías tuyas, de mi mama,
de tus hermanas (mis otras tías casi mamas para mi,
empecé a darme cuenta que las hermanas Rodríguez
a veces me parecían una sola matrona,
que en estas ocasiones especiales se reunían
y hacían cierta noción de complemento que me aliviaba,
con las cuatro juntas)
En esas fotos se notaba que eras la menor
(siempre me parecieron de casi la misma edad),
me hacía gracia como a pesar de eso para mí (para todos),
fuiste como la abuela
(no por vieja, sino mas bien por emanar
esa sensación de núcleo que imagino pasa
en la mayoría de familias con las abuelas),
y además me di cuenta que fui en tu vida apenas 30 años
(que voy a cumplir) de los 50 que viviste,
y que en esos otros 20 (mas los 3-4 años de mi infancia
caprichosa y olvidada donde aprendía a ser real)
eras una persona que desconocía.
Todos me dicen y nos acordamos,
de cómo casi nunca decías nada sobre ti o lo que te pasaba
y más bien las anécdotas iban por una confesión a manera de alivio
(más que de culpas) y un chisme entre risas patanas
y paradójicamente inocentonas,
ahora que te recuerdo me inquieta darle razón
a ese don tan tuyo de hacerme sentir seguro y en casa
(La casa Rodríguez es las paredes y vos ahí).
Con todo esto (y con un tardío pesar) temo empezar a creer
que no te conocía más que por cuanto te confesé
y te conté (te “chismié”),
por ahí tu voz,
tus ojos detrás de los lentes,
tus manos blancas con las pequitas de la edad,
tu tono dulce a veces en conflicto
con una manera dura de pronunciar tus ideas,
un final ¡chaoooo te quieroooo!
(siempre, siempre un te quiero, para mi dolor),
y la clave de todo esto,
un par de muñecos tejidos tuyos
(uno que me regalaste y de los primeros que hiciste,
el otro de los últimos, que te lo compré y que no alcancé a pagarte).
Tal vez la única manera de seguirte contando sobre mí
(para seguirnos construyendo)
es palpando tus tejidos,
tengo la esperanza de que con la práctica
empiece a reconocer las sutiles variaciones en esos patrones,
posiblemente encuentre nudos mas apretados o más flojos,
algún corte especial o algún error,
irte imaginando en esas particularidades para que así me confieses
tanto cuanto yo te confesé mi vida
(y las cosas que no te dije pero que sabía que sabías
tal vez estén incrustadas en esos enredos de lana, ojalá).

El último chiste sin intención que nos mandamos y que te lo repetí la última vez
que me despedí de ti (y que para entonces no sabía que sería la última)…
y así me vengo dando cuenta que, como ibas tejiendo tus muñecos me
ibas tejiendo a mí.

Te extraño.

Mare